Las cosas que trae la indeterminación sexual…
Hoy me han llamado por teléfono para ofrecerme un seguro. Sospecho que metí mis datos en alguna web en la que no debía, porque la teleoperadora me ha llamado por mi nombre:
– ¿Pablo V?
– Sí, soy yo.
Y luego la charla acostumbrada para venderme un seguro personal de una compañía totalmente desconocida (espero que la chica no vaya a comisión, porque me da que va a vender poco). Al final, una pregunta curiosa:
– Usted es la mujer de D. Pablo ¿verdad?
– Sí… (todos los comerciales saben que si te topas con la mujer del cliente, no hay nada que hacer).
– Bueno, pues si lo habla con él y cambia de opinión, llámeme.
– Por supuesto, usted descuide.
Y ahí me quedé, comprometido a hablar conmigo mismo sobre la conveniencia de contratar un seguro personal con una aseguradora desconocida. A eso debe referirse la gente cuando habla de tener un «diálogo interior».
Ayer vino a casa un comercial de seguros «Santa Lucía». Cuando tocó a la puerta yo ya sabía que era un comercial y que me daría un buen rato de conversación intentando venderme algo. Pero como yo también he sido comercial, y se le veía majete a través de la mirilla, me dió pena y le abrí.
– Tenemos un seguro del hogar que es muy interesante, porque incluye también reparaciones. Por ejemplo, si se te estropea la persiana ¿a que no te pones a arreglarla tú sola?
– Pues la verdad es que soy bastante manitas. Cojo mi caja de herramientas y…
– Vaya, pues no hay muchas como tú…
– No, no muchas…
Se notaba que la empresa que le había dado trabajo (no digo contratado, porque me juego lo que sea a que no tiene ningún tipo de contrato laboral), no le había dado ninguna formación. No ya un guión comercial, si no, directamente, ni siquiera, las bases más mínimas, como, por ejemplo, que lo primero que hay que saber es el nombre de la persona con la que estás hablando. Pero me lo preguntó cuando ya se iba.
– ¿Como te llamas?
– Pablo.
– ¡Ah! Pues… pues… pues nada, encantado Pablo, y si cambias de opinión me llamas ¿eh?
Debí decirle que ya estoy acostumbrado a que la gente me confunda con una mujer. No lo hace todo el mundo, pero si un porcentaje, muy, muy alto.
Pero lo mejor fue el martes pasado. Quedé con un grupo de gente con la que había contactado por internet.
– Hola ¿tú eres Fulano?
– Sí, y el es Mengano.
– Pues yo soy Pablo.
– ¿Que tal? ¿Quienes faltan por venir?
Y así hasta cuatro horas más tarde, tranquilamente y sin ningún problema, hasta que cada cual se fue a su casa. Realmente lo pasamos muy bien, y hemos quedado para otro día.
De todas formas, estoy frito por que la psicóloga me de el informe y deje de marear la perdiz. Ya llevo 5 meses, y el martes será mi cuarta visita. Y lo que me queda…
¿Pablo V? ¡¡Te ha faltado uno para Papa!! (jeje)
Lo mejor de la espera es cuando acaba.
Ánimo, Su «casi» Santidad»
(-_^)
Hola Pablo,
supongo que la gente te toma por mujer a) por tu aspecto físico, que lógicamente debe inducir a confusión, y b) por tu voz, pues si la confusión es por vía telefónica… Paciencia, que cada vez te queda menos…
Curiosamente en mi casa cuando llaman por teléfono siempre preguntan por mi mujer. Eso me hacía pensar que es más fácil conseguir algo de ellas que de ellos en cuestiones de «venta» por teléfono.
Un abrazo
Sería una curiosa manera de zanjar la polémicas de las papisas…
(Es coña).
Para darte mi voto angélico debería ser cardenal y no lo soy…
Un saludo.