El otro día calló en mis manos el DSM-IV, que, según la omnisapiente, aunque poco fiable Wikipedia contiene una clasificación de los trastornos mentales con el propósito de proporcionar descripciones claras de las categorías diagnósticas, con el fin de que los clínicos y los investigadores puedan diagnosticar, estudiar e intercambiar información y tratar los distintos trastornos mentales.
Yo había escuchado hablar tanto de él, como del CIE-10, que al parecer es el manual que recomienda usar la Organizaíon Mundial de la Salud, y tenía entendido que ambos documentos era un deasatre.
Independientemente de si la «transexualidad» debería estar o no incluida dentro de esos documentos (sólo debería estarlo si considerasemos la diforia de género como una enfermedad mental, consideración sobre la que ahora no voy a entrar en materia), tenía entendido que lo que ponía sobre ella era una sarta de burradas, una detrás de otra, con errores de bulto desde la propia base.
Bueno, ahora que yo mismo lo he leido, ya puedo decir con conocimiento de causa que, efectivamente, el contenido del DSM-IV en lo que respecta a transexualidad estaría mucho mejor impreso sobre papel higiénico. Para empezar, considera a las transexuales femeninas como «varones», mientras que a los transexales masculinos se nos considera como «mujeres». Una falta de respeto completa hacia los hipotéticos pacientes, que demuestra que los «profesionales» que han elaborado semejante majadería, y que de seguro, encima, han cobrado por ello, entienden tanto el fenómenos de la transexualidad como yo sobre física espacial.
A parte de eso, la lectura del DSM-IV me ha hecho sentir bastante bien. Hasta ahora siempre había tenido la sensación de que mi forma de ver las cosas y de relacionarme con el mundo era un tanto «rara», y lo achacaba a que, como soy escritor, los artistas tenemos una forma diferente de comprender la vida. Después de leer el DSM-IV y ver todos los problemas, traumas y experiencias que debería ir arrastrando desde la infancia, me he dado cuenta de que no. En realidad soy una persona completamente normal. Gris. Anodina.
Nunca he «creido» en la psicología, si bien tengo que admitir que hay ciertas cosas de ella que pueden resultar útiles y ayudar a las personas, en según que circunstancias (por ejemplo, la NL es muy útil y práctica), pero leer animaladas como el DSM-IV hace que la falta de fe se convierta en certeza absoluta de que la gran mayoría de cosas relacionadas con la psicología no sólo no sirven para nada, sino que incluso pueden llegar a ser perjudiciales.
Hola Pablo,
tú no entras en materia pero yo sí: es una salvajada considerar la disforia de género una enfermedad mental. Hay cada neanderthal por ahí… Tener una enfermedad mental es otra cosa.
Además, si alguien tiene una enfermedad, ¿qué es lo qué se supone que hay que hacer? curar esa enfermedad, ¿no? Entonces habrá que buscar la forma de que cambies lo que sientes, porque el problema es tu mente, no tu cuerpo…
No se puede ir llamando enferma mental a la gente con tanta alegría.
«La estupidez humana no tiene límites»
Un abrazo
Coincido contigo en que el primer psicólogo fue el chamán de la tribu de los Mandioka de la tercera glaciación. Expertos en escuchar para saber qué decir. Y en el fondo, como diría Rafael, ¿Qué sabe nadieeeee?
¿Quién considera qué y qué considera a quién?
Considero que considerar es considerable.
Un abrazo, amigo Pablo. Gracias por tu visita.