Traigo muchas cosas sobre las que pensar…

La primera es sobre si no me estaré volviendo un exhibicionista al exponer una serie de cosas muy íntimas en un blog que puede leer cualquiera. La respuesta es que no. Tengo la esperanza de que algún día alguien que esté en la misma situación que yo, llegue hasta aquí y vea que no es el primero ni el último que se ha perdido en esta carretera secundaria por la que nunca pasa nadie.

Porque esa es la segunda reflexión que traigo hoy en la cabeza. Me explico: hay una carretera secundaria muy mala, con una cuesta bastante pronunciada, llena de curvas, y estrecha. Pero en un momento dado llegas al punto más alto, y desde allí se ve el mar. También se ve la otra carretera, la nacional, que es más recta, y también atraviesa paisajes muy bonitos. A menudo, cuando circulas por esa carretera, te preguntas si no habría sido mejor coger la principal, a pesar de que te arriesgabas a encontrarte con un atasco monumental. Pero al final, las dos se encuentran y llegan al mismo sitio. Y a veces, según las circunstancias, merece la pena coger esa carretera secundaria, aunque sea más difícil.

La tercera reflexión es un ejemplo sobre los mecanismos de presión social que hacen que la gente se comporte de una forma o de otra según su sexo. Muchas veces me preguntan porque tengo tantos comportamientos femeninos si me siento hombre. La respuesta es que siempre he deseado agradar a los demás para gustarles y que me quieran. Sirva esto como ejemplo:

Últimamente he cambiado de marca de desodorante. Ahora uso un desodorante masculino porque ese olor es el que me hace sentir cómodo. Personalmente, creo que huele muy bien. Pues bien, ayer mi madre me comentó que antes, cuando me duchaba, echaba muy buen olor, y que sin embargo ahora el perfume de mi desodorante me sienta «como a un santo un par de pistolas», y que incluso le daba un poco de asco. No me ordenó que volviese a la marca que usaba antes, si no que me lo pidió como un favor personal, dejando a mi elección la decisión última sobra la cuestión.

¿A quien le gusta dar asco a los demás? A mi, no. Por un momento (está bien, durante un buen rato) pensé que no me costaba ningún trabajo complacer a mi madre volviendo a mi viejo desodorante femenino. Y así, y no de otra manera, es como vamos quedando obligados, sin saber ni cómo ni por qué, a adoptar los comportamientos correspondientes a nuestro género. Si nos salimos aunque sólo sea un milímetro (fijaos que chorrada más grande es lo del desodorante), recibimos un refuerzo negativo. Si nos introducimos en el comportamiento adecuado, en cambio, recibimos un refuerzo positivo. Igualitos que el perro de Paulov.

Por si alguien siente curiosidad, lo que he hecho es meter el desodorante de la discordia en la mochila en la que guardo todas las cosas que no quiero que nadie de mi entorno vea, y me he comprado otro en crema que es unisex y no huele a nada. Odio los desodorantes en crema, pero es mejor eso que ir oliendo a tía y que encima me feliciten por ello.

La cuarta y última reflexión es sobre esta mochila. Empecé con una mochila pequeña, pero en muy poco tiempo necesité otra mayor. Ahí voy escondiendo una parte de mi que no me atrevo a mostrar a los que me son más allegados, por no hacerles sufrir, y que, sin embargo, me gustaría que todo el mundo pudiese ver. Por ejemplo, mis corbatas. A medida que los días pasan, el tamaño de esta mochila varía. Cuando hablé con Mic y luego con mis padres, pude sacar de ella mis sentimientos. Hoy he guardado en ella el desodorante y una cazadora tejana que me acabo de comprar (joder, que fácil me resulta comprar ropa de hombre que me siente bien. Con la de mujer siempre tenía problemas, pero la de chico la encuentro rápido y sin esfuerzo). En un momento dado esta mochila puede llegar a hacerse demasiado grande, y entonces ya no me cabrá en el armario. Tengo que empezar a actuar sabiendo que eso va a pasar. O voy sacándolo todo poco a poco, o me busco una casa nueva, en la que pueda guardar todas esas cosas en estanterías y cajones.