Como ya comenté en la entrada anterior, estoy buscándome un nombre nuevo, y no es cosa fácil. A la mayoría de la gente se lo escogen, y aunque a veces les hacen la putada de ponerles nombres horribles (Fulgencio, Agapito, Cayetano, Angustias, Raimundo, Judith del Rocío y cosas peores), lo cierto es que los padres nos quitan una gran responsabilidad.
Ahora mismo el nombre que más me gusta, y el que me gustaría quedarme, es Pablo. Hace ya mucho tiempo que siento ese nombre como mío, y tengo que reconocer que aún no he encontrado explicación para ello. Por una parte, me gusta el sonido. Dos sílabas que fluyen con suavidad entre los dientes, sin deslizarse. Suavidad y firmeza, es un sonido que me gusta.
Después está la referencia a San Pablo. San Pablo y Abraham son dos de mis ídolos (junto con Isaac Asimov, George R.R. Martin, y, las número uno del ranking, Juana de Arco e Isabel la Católica, que por ser mujeres lo tuvieron más difícil). Considero que estos dos hombres son dos de los más influyentes de la historia. Abraham es el padre de la Biblia, libro sagrado del que nacieron tres de las grandes religiones que rigen el mundo: Judaismo, Cristianismo e Islam. ¿Cómo sería el mundo hoy en día si no hubiese existido Abraham o alguien que pusiera la semilla necesaria para lograr que una religión de pastores tomase cuerpo y guiase los destinos de un pueblo entero? Es imposible imaginarlo. San Pablo hizo un trabajo similar con el cristianismo. Con sus cartas transformó las ideas sueltas de una secta judaica dispersa en una religión completa que, posteriormente, se extendería por todo el mundo hasta límites más allá de la imaginación de sus propios fundadores. Si no hubiese existido San Pablo, es posible que nadie supiese nada del tipo aquel llamado Jesús de Nazaret, que hacía cosas tan deliciosas como convertir el agua en vino o sacar un banquete de siete panes y siete peces.
Lo más importante de estos dos hombres, Abraham y San Pablo, es que lograron extender su influencia usando tan sólo el poder de la palabra. Es cierto que ambos nacieron en familias bien situadas (Abraham era un patriarca, y San Pedro, noble) lo que les dio acceso a los medios necesarios para poder ejercer su influencia, pero también es verdad que otros de cuna mucho más alta que ellos tuvieron que recurrir a las armas para conseguir mucho menos.
A mi me gustaría poder emularlos, y que mis escritos tuviesen una influencia global, tanto en la sociedad presente como en la futura, aunque me temo que tendré mucha suerte si consigo publicar algo en alguna editorial desconocida, o si consigo que al menos alguien venga a leer este blog.
También es verdad que San Pablo murió decapitado. No me gustaría emularlo en este sentido.
La cuestión es que a mi madre el nombre de Pablo no le gusta. Aun no he hablado con ella sobre la cuestión de mi identidad de género, así que el asunto del nombre, por supuesto, tampoco está tratado. Pero sí que la he sondeado, y sé que ese nombre en concreto no le agrada. Así que he empezado a barajar otras opciones.
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